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Real Madrid: Los goles que no marca Cristiano

El acierto del Madrid, con Bale al frente, reduce la alarma porque nadie haya sustituido al portugués

Con el ceño fruncido anda la afición del Madrid. Eso dicen, al menos, los muchos doctores que se dedican a diagnosticar cómo tiene el ceño la hinchada blanca. Y no por la marcha del equipo, que ha superado sin rasguño alguno los dos primeros partidos de Liga. El conflicto está en la ausencia de fichajes para la delantera, un hecho al parecer descorazonador tras el inopinado adiós de Cristiano Ronaldo. A ello se une que en la plantilla no hay más cromos nuevos que los de Courtois, Odriozola y Vinicius, cuyos destinos, en la pasada jornada, fueron el banquillo para el portero, la grada para el lateral y el Castilla para el joven brasileño, convertido el filial en una especie de cocedero, pues al chico le falta cocción, según Lopetegui. Cocido o no, Vinicius debutó con el Castilla en Segunda B y abrió el debate entre quienes opinan que hizo poco y quienes piensan que no hizo nada.

Con los ojos como platos se quedó el madridismo cuando leyó y escuchó que Luka Modric quería abandonar el club. El destino que había elegido el más que probable futuro Balón de Oro era el Inter, equipo de brillante pasado, lánguido presente e incierto futuro. Durante días se nos bombardeó sobre los motivos de tan irrefrenable arrebato. Había dinero de por medio, por supuesto, pero ese era un conflicto de fácil solución pues el Madrid ya preveía renovar el contrato al croata, con la correspondiente, y considerable, subida de sueldo. Pero se nos informó desde Italia que el verdadero motivo que empujaba a Modric a hacer el petate era que en el Inter estaría acompañado de tres compañeros de la selección, además de amigos. Así que ahí teníamos un caso insólito, el de una estrella mundial que abandona el equipo con el que ha conquistado cuatro Copas de Europa porque prefiere jugar con los coleguillas antes que con algunos de los más importantes futbolistas del planeta.

Con los pelos de punta amaneció hace unos días el seguidor madridista al conocer la noticia de que su equipo del alma quería fichar a Rodrigo, delantero internacional del Valencia, cuyo precio alcanza los 120 millones. El pasmo no se lo produjo la pretensión del Madrid de contratar a un delantero de contrastada calidad. El problema residía en el desembolso, que no era susceptible de rebaja alguna porque si el Valencia vende a un jugador al Madrid por una cantidad inferior a su cláusula de rescisión sus dirigentes tendrían que ejecutar una precipitada huida de la ciudad. Aun así, el irrefrenable deseo de Lopetegui de llevarse a un jugador al que tuvo a sus órdenes en la selección empujó al Madrid a negociar. Supuestamente, claro. Pero no había trato si el Valencia no accedía a rebajar el precio a la mitad, e incluso a la mitad de la mitad, dado que el Madrid no está dispuesto a soltar cantidades ingentes por alguien que no se llame Neymar o en su defecto Mbappé. Y nadie en su sano juicio, o con este algo tocado, estaría dispuesto a pagar más dinero (120 millones) por un futbolista del que ha recibido por Cristiano Ronaldo (107), a la sazón el mejor goleador que jamás vistió de blanco madridista.

Con la mosca detrás de la oreja va a vivir el hincha blanco los próximos días, los que quedan hasta que el 31 se cierre el mercado de fichajes. Porque entre que unos no llegan y que otros se van no le queda otra al siempre fiel parroquiano del Bernabéu que conformarse con lo que tiene, que en el ataque viene a ser lo de toda la vida, Bale y Benzema, esas dos bes otrora empequeñecidas por aquella otra C (la de Cristiano) que refulgía hasta iluminarlo todo. Ya no está la C y a Bale, futbolista singular que tiene la extraña costumbre de ganar finales, le ha dado por ponerse en modo fenómeno y desmentir a quienes aseguran que sin Cristiano el Madrid no tiene gol. De momento, el galés ha marcado nueve en los últimos nueve partidos que ha jugado. Y de sus goles disfruta hoy el feligrés madridista, aunque lo haga con el ceño fruncido, los ojos como platos, los pelos de punta y la mosca detrás de la oreja. Que tiene que ser desagradable, cuando menos.

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