Ante de salir a rodar en el día de descanso, Mikel Landa habla con un periodista español y le cuenta lo que pasó en la décima etapa del Tour de Francia en la que se cayó y perdió tiempo en la general. El español relata que por fortuna no se estrelló contra una señal de tránsito, que no se dio cuenta cuando Warren Barguil se recostó sobre él y al levantarse, tres minutos después, estaba bajo un árbol. “Pero, qué carajos hago acá. Ni yo sabía. Y el auto venía atrás entonces mientras esperé por la bicicleta nueva perdí mucho”.
La frustración del ciclista de 29 años es inocultable. En la rueda de prensa, a la que asiste por cortesía y sin ganas, se limita a dar respuestas cortas, con ojos nostálgicos y la resignación de una carrera que está terminada para él.
“Me levanté con un dolor en el brazo, en la nariz y ya. Eso sí, estoy peor de ánimo. Las caídas parecen una maldición y no le quiero dar más vueltas a eso”. En cuanto a lo que queda de competencia, Landa, un entristecido Landa, no tiene idea de lo que hará más adelante. “No lo sé”, manifiesta de manera escueta, breve, tratando de disimular el dolor la rabia que lleva dentro, que por cierto oculta de gran forma. A su lado, Nairo Quintana lamenta lo sucedido con su compañero. Él sabe que ahora es la única carta del Movistar, pero procura no irse por ese lado y solo le da ánimos al ibérico.
Barguil, el responsable del mal momento (sin intención), ya pidió disculpas en las redes sociales. Pero eso a Mikel no parece importarle. “No he mirado mi celular, no lo pienso hacer. No tengo nada que me enganche y que me motive. Ya veremos si más vuelven las ganas”. Palabras de una derrota anticipada, de una mirada que en otras veces irradia fuerza, pero que ahora solo refleja la desilusión.
“Necesito mi luto y que me dejen en paz para ver si puedo ir por el triunfo de una etapa. De seguro el tiempo que perdí me dará margen para actuar”. Finalizada la rueda de prensa en el hotel Chateau de Salettes, a 25 minutos de Albi, Mikel es el primero en dejar el diminuto cuarto y va a su habitación. Unos minutos después aparece con su uniforme y el caso amarillo, pues el Movistar ahora comanda la clasificación por equipos del Tour. “Hay que usarlo antes de que no lo quiten”, dice mientras le pide a uno de los mecánicos un bolífragro para marcarlo. Cuando baja del camión se encuentra con Alejandro Valverde, un par de palmadas en la espalda del joven dadas por el veterano y aparece la primera sonrisa.